miércoles, 16 de noviembre de 2016



A tí, del que no me he podido despedir, sobre todo por las pocas horas que compartimos...



La muerte es un canto de sirena, a pesar de lo dramático , tiene un halo de romanticismo que arrastra y envuelve, yo diría que es hechizante , es la escapada para los que tienen más miedo a vivir que a morir. Supone un fuerte impacto, eso sí.




Alrededor del finado se reúnen toda la clase de vivos y vivas que pasaron años sin verlo, o sin verla, sin embargo de forma incomprensible para mí, se reúnen para llorar y sufrir, pero nunca antes se reunieron para compartir, Un acto de reunión sólo: la muerte. Una vez terminado el proceso de enterramiento, seguramente esas mismas personas no volverán a verse hasta un nuevo sepelio.




Otra cosa que no termino de entender:  El dolor que pudo causar la persona que se fué  se convierte ipso facto en algo perdonable, Todo se extingue  con ella, existen mil justificaciones; que tuvo una vida muy difícil, o que en su infancia sufrió toda una serie de carencias.  Luego existe la persona sufriente de la que se ha ido,  en el caso de no haber sido todo lo generoso en el buen hacer. Esa persona se queda con la mancha, con una mancha de dolor, de daño, de impotencia, de vergüenza, y lo peor , con la obligación del silencio impuesto.         

¿ Quién se atreve a hablar mal de una persona que ya no está?. El dolor se multiplica por dos, el daño y la verbalización de ese dolor causado, convirtiéndote así en una 

"mala persona".

Para nada estoy de acuerdo con el circo de la muerte,  la pesadez de los pésames. atender a todos aquellos que pretenden hacerte pasar un mejor trago de esos momentos, aquellos que quizá, no vuelvas a ver más, siempre he sido del pensamiento, que cada uno debe enterrar a sus muertos, Igual que en una sala de partos, sólo esta la madre para darle la bienvenida al nuevo ser, desde hace tiempo también el padre. 

Padres que reciben a hijos, e hijos que despiden a padres: una  espiral de reciclaje continúa.



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